viernes, 3 de febrero de 2012

Genocidio en el paraíso


Existe una pequeña isla al sur de Indonesia, ubicada al norte de Australia,  esos lugares lejanos que imaginamos paradisiacos, de luz brillante, aguas cristalinas y vacaciones bebiendo de un coco en la playa. Desgraciadamente la isla de Timor ha estado y está,  más cercana a las imágenes que tenemos del averno medieval.

La cercana Indonesia también vivió su propio infierno bajo las órdenes del comandante derechista Suharto, un hombre que fue todo un ejemplo de tiranía política, censura y opresión, que aprendió bien de sus maestros de la CIA. Llegó al poder en 1965 masacrando al partido político comunista vigente que contaba con aceptación popular del pueblo indonesio. Por supuesto, Suharto estuvo apoyado por los grandes de Occidente que veían en él un aliado anti comunista y un jugoso cliente en el comercio de armas. Se hicieron buenas labores de marketing vendiendo su locura asesina y sed de poder y sangre como “un movimiento de liberación política en Asia”. Un genocida que representa todo un ejemplo a seguir, el hijo que toda madre estaría orgullosa de tener.

En diciembre de 1975 se abren nuevas vías para que Timor se independice de Portugal, que comenzaba su declive, un hecho lícito que  sentaba las bases para el establecimiento de la autodeterminación deseada por la población.  Suharto tuvo aquí la oportunidad para clavar sus infectas garras en una región débil por el proceso de transición política, pero con notables reservas del recurso maldito, el bien preciado oro negro.
Y así se cumplió, en diciembre de 1975 la ocupación de Timor Oriental fue servida en bandeja de plata. Los timorenses firmaron su condena cuando decidieron luchar por su independencia y valerse de sus propios recursos. Desde EEUU se puso el grito en el cielo ante semejantes actos infames, y la administración Carter decidió señalar y condenar, las herramientas que cumplirían la sentencia venían de las monstruosas fauces de Suharto. El infierno podía continuar.
Las masacres llevadas a cabo por las fuerzas indonesias fueron de las más cruentas y salvajes de la historia contemporánea, las víctimas no tuvieron tiempo de ver venir el hacha que cortó sus cabezas. Genocidio silencioso, el crimen más cruel del que es capaz el ser humano llevado a cabo sin miramientos, pagado a sueldo desde el otro lado del globo. La mayor matanza acontecida desde el Holocausto. No muy lejos de allí el gobierno australiano se frotaba sus  asquerosas manos pringadas de ambiciosas babas, apoyando los innombrables actos ejercidos contra la resistencia de Timor Oriental.
En occidente los oídos se mantuvieron bien taponados de grasa supurante de sangre timorense, los gritos de la muerte eran acallados a golpe de fusil.

Desgraciados aquellos con recursos naturales y una falta de ejército poderoso,  prepárense para su sentencia de muerte, perpetrada por ambiciosos genocidas y firmada por nuestros bien amados Aliados. El contrato se encuentra a buen recaudo, en las arcas del Banco Mundial y el FMI, junto a sus preciados bienes expoliados, lejos de las temblorosas manos de sus propietarios legítimos.
El infierno se sirvió en porcelana barata durante 25 años, en 2002 consiguieron su independencia, pero el hedor del terror les queda cerca aún. Las secuelas llevan nombre de refugiado, el genocidio se mantiene silencioso, los asesinos de colmillos afilados preparan su siguiente golpe. Los padres siguen enterrados en una tumba sin nombre.
Las playas de Timor siguen siendo fango sanguinolento. 
El paraíso queda lejos, muy lejos.

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