miércoles, 14 de diciembre de 2011

Guerra Biológica



El uso de armas biológicas y químicas es algo que solemos relacionar más con películas y libros de ciencia ficción que con la realidad de la guerra. Se trata de un tema convenientemente silenciado si no es por casos, extremadamente mediatizados, como el uso de gas sarín y gas mostaza en la primera Guerra Mundial por parte del ejército alemán. La guerra del golfo por las tropas de Saddam, o los monstruosos experimentos llevados a cabo contra judíos y chinos, por parte de los nazis y las unidades científicas militares japonesas, respectivamente, en la 2º Guerra Mundial.

Las grandes potencias poco se manifiestan públicamente sobre un tema muy complejo y rechazado por la comunidad internacional. Su uso comenzó a legislarse en el seno de la recién nacida Unión de Naciones, con el Protocolo de Ginebra en 1925, tras observar sus horribles efectos en la primera guerra mundial.
El debate sobre su legislación volvió a ser abierto en 1972, ya en las Naciones Unidas, con un tratado de desarme multilateral, que prohíbe su producción y uso con fines bélicos. Tema muy difícil de controlar y legislar, teniendo en cuenta su utilidad en la investigación de enfermedades y en el desarrollo de la biomédica.
Actualmente la ONU desarrolla programas de control de armamento biológico, como es el registro por parte de observadores a cualquier estado miembro. De esta forma, se investiga el cumplimiento de la no proliferación de este tipo de armamento, y se controla su uso para fines de investigación médica y científica.

Los programas de I+D de muchos estados, defienden la investigación de armamento biológico con fines solamente defensivos ¿Supone ésto una garantía sobre el uso no ofensivo? Algunos científicos presentan serias dudas al respecto. El hecho de investigar sobre los efectos defensivos de este tipo de armamento lleva consigo implicaciones de carácter ofensivo. El rechazo de las naciones al empleo de estas armas, no viene sólo dado por consideraciones de tipo ético y moral, legisladas en el derecho internacional humanitario. La investigación, con carácter defensivo, hace que se encuentren vacunas y medios de control y que, por lo tanto, este tipo de armamento pueda volverse más manejable, lo que ocasionaría que los ejércitos y estados pudieran perder el miedo a emplear este tipo de armas.

Otros hablan de un supuesto, casi imposible, de la utilidad de un arma biológica en forma de aerosol incapaz de mutar y con ninguna variable incontrolable, que simplemente deje al soldado incapacitado para la guerra por enfermedad. Lo cual se mediría en un desgaste económico (manteniendo a los soldados bajo cuidados médicos) Lo que provocaría que el conflicto se volviese insostenible por parte de los estados, propiciando las negociaciones para acuerdos de paz. Una idea improbable y poco factible, pero que deja espacio abierto para desarrollar ideas sobre cómo pueden emplearse estas armas.

Lo que es cierto es que el armamento biológico supone una tremenda amenaza, difícil de controlar, fácil de producir, silenciosa y discreta. Cabe preguntarse si el mayor peligro proveniente de este armamento, es la eterna excusa para vetar derechos civiles y establecer mayores controles entre la población, con su total aceptación, por su seguridad. En el peor de los casos, valdrá para legitimar una guerra contra otros estados, como fue el caso de la invasión de Iraq por parte de EEUU en 2003. Ésta constituye la primera guerra, en la que la proliferación de este tipo de armamento, fue usado como excusa para legitimar el inicio de un conflicto bélico. A los Estados Unidos no le produjo tanto dolor moral el uso de armas biológicas, cuando Iraq empleó armas de este tipo contra Irán, en la década de los 80.

El peligro de las armas, va más haya del movimiento gestual de apretar un gatillo.

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